No son drogas. Pero lo parecen. Es decir, en un día entre medio soleado y medio nublado, con el sol brillando pero el viento corriendo en dirección contraria, montado en mi bicicleta, me desvío por un parque para evitar por un par de minutos el estrés de la preocupación de fijarse si no hay algún conductor que hoy desee llevarse mi vida. Uno nunca sabe aquí en Lima.
Solo fueron dos señoras, dos ancianitas, quienes amablemente me saludaron con un “buenos días” y una sonrisa en el rostro, y pareció que mi día y mi vida hubieran recibido una inyección extra de alegría.
¿Qué pasa en nuestras rutinas que dejamos de sonreír? Que dejamos de ser amables, de mostrar respeto unos por otros a través del buen trato. Qué es lo que tanto nos consume que no parecemos encontrar razones para hacerle la vida más fácil a otros.
No lo sé, pero sonriendo te digo que me intriga conocer qué hace que los ancianitos (no sé si todos, pero me recuerdan a mis abuelas) irradien tanta paz, paciencia y sabiduría. Yo quiero eso. ¡Completamente like!